10 de diciembre de 2012

Walt Whitman: ¡Oh!, mi yo. ¡Oh!, vida



¡Oh, mi yo! ¡Oh, vida!, de sus preguntas que vuelven,
Del desfile interminable de los desleales, de las
ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre (pues,
¿quién es más necio que yo, ni más desleal?),
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
despreciables, de la lucha siempre renovada,
De los malos resultados de todo, de las multitudes
afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás, yo
entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡oh, mi yo!, la pregunta triste que
vuelve - ¿qué de bueno hay en medio de estas
cosas, oh, mi yo, oh, vida?
Respuesta
Que estás aquí - que existen la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama, y que puedes
contribuir con un verso.

                                                                                              Walt Whitman

6 de diciembre de 2012

Francis Cabrel

Hoy voy a intentar traducir una letra del cantante francés Francis Cabrel, un héroe romántico que enamora con sus acordes.
Nunca lo he hecho antes, pero espero que salga bien. La canción se titula "Je t'aimais, je t'aime et je t'aimerai" que traducido al castellano quiere decir "Te amé, te amo y te amaré".

La "Parole" (o letra, en francés) original es así:

Mon enfant nue sur les galets
Le vent dans tes cheveux défaits
Comme un printemps sur mon trajet
Un diamant tombé d'un coffret
Seule la lumière pourrait
Défaire nos repères secrets
Où mes doigts pris sur tes poignets
Je t'aimais, je t'aime et je t'aimerai
Et quoique tu fasses
L'amour est partout où tu regardes
Dans les moindres recoins de l'espace
Dans le moindre rêve où tu t'attardes
L'amour comme s'il en pleuvait
Nu sur les galets

Le ciel prétend qu'il te connaît
Il est si beau c'est sûrement vrai
Lui qui ne s'approche jamais
Je l'ai vu pris dans tes filets
Le monde a tellement de regrets
Tellement de choses qu'on promet
Une seule pour laquelle je suis fait
Je t'aimais, je t'aime et je t'aimerai
Et quoique tu fasses
L'amour est partout où tu regardes
Dans les moindres recoins de l'espace
Dans le moindre rêve où tu t'attardes
L'amour comme s'il en pleuvait
Nu sur les galets

On s'envolera du même quai
Les yeux dans les mêmes reflets
Pour cette vie et celle d'après
Tu seras mon unique projet
Je m'en irai poser tes portraits
À tous les plafonds de tous les palais
Sur tous les murs que je trouverai
Et juste en dessous, j'écrirai
Que seule la lumière pourrait...
Et mes doigts pris sur tes poignets
Je t'aimais, je t'aime et je t'aimerai


Y una traducción un poco libre sería así:

"Mi niño desnudo sobre los guijarros
el viento sobre tus cabellos deshechos
como una primavera sobre mi trayecto,
un diamante caído de un cofre.
Solamente la luz podría
deshacer nuestras señas secretas,
donde mis dedos cogen tus puños.
Te amé, te amo y te amaré.
Y hagas lo que hagas,
el amor está por todas partes donde tú miras,
en los recovecos menores del espacio, 
en el menor sueño en que retrasas
el amor como si hubiera llovido,
desnudo sobre los guijarros.

El cielo presume de que te conoce. 
Es tan hermoso, seguramente es verdadero
A él, que nunca se acerca
lo he visto atrapado en tus redes.
El mundo tiene tantas añoranzas
de tantas cosas que prometemos...
Solamente una, por la cual yo he sido hecho:
te amé, te amo y te amaré.

Y hagas lo que hagas,
el amor está por todas partes donde tú miras,
en los recovecos menores del espacio, 
en el menor sueño en que retrasas
el amor como si hubiera llovido,
desnudo sobre los guijarros.

Y volarán de los mismos muelles
los ojos en los mismos reflejos
para esta vida y la de después
tú serás mi único proyecto.
Me iré a poner todos tus retratos
en todos los techos de todos los palacios,
sobre todos los muros que encuentre.
Y justo debajo escribiré
que sólo la luz podría...
y mis dedos sobre tus puños...
Te amé, te amo y te amaré.


Hermoso, ¿verdad?

15 de noviembre de 2012

A Maese Aráez el bajista

Cuando esta tierra no era maldita
hubo días enteros, llenos de sol y de agua
en los que mis pasos, inconscientes
llegaban moribundos a tu plaza.

Fue en esos días de Otoño
cuando sonaba una guitarra
en tardes de absurdos monólogos
en los que tu voz me tocaba.

Era en esas noches de taberna
que duraban hasta el alba
cuando trepábamos al árbol
a escuchar al gallo y su balada.

Era todo aquello tan nuestro
que no hacía falta espada
pues tampoco había enemigos
con los que librar batalla.

Pero hoy es todo desierto,
mucho hace que no hay agua
ni nube que empape esta tierra
ni siquiera un Dios para ampararla.

Y ya no existen esos días
en los que encuentro tu cara
cómo sería eso posible
yo aquí y tú en Finlandia

Juro sobre mi bandera
Oh, labrador de bonanzas:
Reiremos juntos de nuevo.
Gracias a nuestras semejanzas
Encontraré siempre un amigo allá donde tú vayas.

3 de noviembre de 2012

Ilargia

Tú y yo.
Otra vez.
Vuelvo a beber contigo, la misma botella, en la misma barra. El ámbar de las dos acaba fundiéndose con la negra encimera que las aguarda. Y si tus dudas se disiparan, otro gallo cantaría...
Aunque soporto tus dudas. Y siempre respeto tu mente...

Hoy huele a una llovizna pronta del mes de Noviembre cuando, inexpertos e inocentes de nosotros, volvemos a la calle a protagonizar lo que el asfalto años después escupirá a los pobres inocentes transeúntes del olvido de nuestras mismas calles.

Quién sabe... pudieran ser nuestros sobrinos.

Sólo pienso que, lo que nos podría haber deparado un mañana esperanzador, se desvanece a esta hora, pronta, preludio del alba, derrumbando los cimientos de todo aquello en lo que quisimos creer, donde quisimos crecer, donde amáramos tal vez.

Hoy hay olas en los baldíos de mi tierra, el los yermos de mis enredaderas y en mi corazón apoteósico de andares sin sentido, de rumbas sin final, de orgullos malheridos.

Hoy reflexiono todos los pasos que he dado, y miro al cielo...... Y soy consciente de que me han descubierto.

No ha sido la policía, ni los bomberos, no me han encontrado ni siquiera tus "tequieros".

Esta noche me ha sorprendido un ente inesperado, un cuerpo incandescente, eterno, moderado e imprescindible.

Hoy me ha sorprendido la Luna.

Luna es la esfera perfecta.
Un halo de luz implacable, sonoro y profundo, que resiste a pintar un firmamento nocturno con un manto negro, como de funeral.
Luna es el blanco de cada noche, que eclipsa las miles de farolas de Manhattan cuando los músicos arrabaleros del jazz salen a la calle, orando a su musa preferida, aquella que pueda ser llena o creciente, según al Dios que está allí arriba le parezca.

Luna es el cometa que guía a los viandantes sin rumbo, sin patria y sin destino, pero que han sucumbido al encanto de la madre Selene para que les guíe en sus affaires personales.

Luna es el astro, por excelencia, de los enamorados. Luna manda en cada instante preciso, exacto, que el chico bese a la inquieta rubia a los pies de su cama, tras una noche de arena compartida bajo la luz de los fuegos artificiales. Luna ha guiado a nobles caballeros al hemisferio de la locura, donde ellos no han sabido más que comprender las directrices de sus venas, que, carentes de todo Rey, campeaban a sus anchas sobre las mentes de los nobles. Les obligaban a matar y morir por sus princesas, y puede que nunca más vuelvan a cortejarlas. Pero mereció la pena.

Luna también es la culpable de que cientos de miles de gatos arrabaleros aúllen al compás, cien mil destellos de música, en una solitaria calle de Montparnasse, donde todo el mundo al menos una vez debería ir; donde a la hora del despertar los poetas, se marchan a dormir.

Luna da valor a los amantes a dar su paso en falso para que la próxima concubina caiga en sus brazos. Si no fuera por ella, poca vida quedaría antes de que la raza humana se extinguiera.

Y siempre ahí, robándole besos a las chicas y ofreciendo versos gratuitos a los poetas, la modelo infinita, la que siempre acude a las Ventas.

Luna ha sido siempre testigo, aunque no nos damos cuenta, de todo lo que hemos sido, de todo lo que hemos vivido, de todo lo que hemos amado.

Luna siempre ha estado ahí, cautelosa, vigilante, testigo de cómo poco a poco la Humanidad ha ido destrozando...civilización tras civilización...
cómo ha ido destruyendo el ser Humano...
 la Tierra.


31 de octubre de 2012

The King's Speech


Estamos en el último momento del año. La última etapa del ciclista, el último partido del Europeo. Quizá hoy se arranque la última de las sonrisas de muchos de nosotros juntos, aunque me alegra saber que hoy también será dibujada la primera sonrisa de este fatídico mes de junio, que hoy comienza y se presenta, para todos nosotros, como un Tourmalet o un Olimpo que escalar con sólo la ayuda de lapiceros y papel.

Hoy miramos al frente profesionalmente afrontando lo que vendrá, pero me gustaría volver junto con todos vosotros la mirada a un pasado muy cercano, y seguro que como yo os acordáis de todos estos buenosrollos y buenos momentos que hemos mantenido desde Septiembre como Segunda Promoción: algunos camareros inexpertos se dejaron ver en Noviembre, pero que luego demostraron ser los más hábiles imitadores de los mejores músicos fallecidos, dejando boquiabierto al senado romano del mes de mayo.

Disfrutad de la noche, dejaros llevar, pedir otra copa y otra más, y lleguemos del brazo de nuestro compañero a casa, a disfrutar de un merecido descanso.

 Así que me gustaría levantar mi copa y brindar por todo ello, por este momento irrepetible, porque nunca seremos más grandes de lo que somos ahora, o al menos este año. Sois irrepetibles, antes éramos inmortales. Esta noche somos eternos.

A vuestra Salud.

El Desarmado


No basta con ser soldado en el frente
Ni basta con luchar hasta el hastío
Si digo cuando estás al lado mío
Que tú me has desarmado fácilmente

Sin escudo ni espada este demente
Se enfrenta a tus abismos cual navío
Que al alba zarpa al mar con el rocío
Y de su dura derrota es consciente

Su capitán armado de locura
ha rajado el pendón de su bandera
y ha muerto en el barco con bravura.

De mi vida, ya nada es lo que era
si puedo recordar esa hermosura
de tus ojos de Virgen prisionera.

5 de octubre de 2012

La gravedad



Tenía un texto para escribirte, pero se ha desvanecido.
Voy a intentarlo recuperar, pero la hora y mi estado no acompañan.

Tenía que ver con la gravedad. 
La gravedad es una fuerza que atrae, que nos impide emanciparnos de todo aquello que nos ata, nada puede escaparse a esta fuerza del destino. Y tú, feligresa del destino como yo, comprenderás que no somos más que veletas que giran en la dirección de esta fuerza poderosa e invencible, y que todo nos conlleva al vacío, y al porvenir, como esa fruta que cae cuando ya ha madurado, de la rama del árbol.

No obstante sabemos que existe una fuerza de voluntad que es capaz de hacer frente a la gravedad. Tú puedes coger una manzana en el punto álgido de su maduración, puedes desprenderla del árbol que la cobija, pero... ¿será demasiado pronto? Nadie lo sabe...
Más que palabras son todas estas teorías.
Si algún día yo debiera coger una fruta, no sé en qué primavera, en qué equinoccio del amor la cogería.

Lo que sí que tengo que decir aparte de todas estas teorías es algo que tiene que ver con tú y yo. 
Primero partiremos de la sentencia de que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Me disculpo ante esto, pero yo no soy ningún niño.
Así que he de decirte lo siguiente:

Veinte años no son lo suficientes como para saber algo de la vida y mucho menos del amor. Lo que sí quería decirte es que si alguna vez me he enamorado un poco, creo que ha sido contigo. Te he querido y te quiero querer, pero no quiero coger la fruta en el momento equivocado.

En segundo lugar, te pido disculpas por este mensaje, pero creo que es necesario. No sé en qué momento tendré valor para besarte otra vez, para sentir de nuevo, para quererte tal vez.
Tampoco quiero saber qué pasará... el cúmulo de incertidumbres que hay en mi cabeza me abruma.
Pero tengo claro que quiero seguir teniéndote en mi vida como siempre, y compartir contigo cosas como nunca (que ya es hora).

Lo siento, de nuevo, por si esto te hace pensar demasiado o te comes la cabeza. Pero tengo ganas de decirte todo esto. 

Firmado: Un amigo desahogado.
Un beso.

9 de septiembre de 2012

Canción para abatir mariposas a cañonazos

Dicen por ahí que te has vuelto a poner triste
Que ya no sueltas tu melena por miedo
a que se enrede en las ramas del Boulevard.

Dicen también que ya no llevas tu sombrero
dicen que voló su pluma
al séptimo cielo
y que al cortarle las alas lloró el bombín.

Todavía cuentan algunos sabios que echas de menos los parques
que tus dedos ya no armonizan con las teclas blanquinegras.
no como en aquellos tiempos en que fuiste una pianista de lujo.

Pero también dicen que esa soberbia tuya que me abdujo
sigue intacta.
Que todavía fijas los ojos, manteniendo es e pulso de miradas con el abismo
de las gentes desalmadas.

Y siento que en estos días, en que la gente hace gala
de dones que no existen, cuando nadie llora ya por los
 difuntos, cuando la primavera remolonea, e invade nuestras casas
el frío de las cumbres altas.

Es en estos momentos cuando sé
que todavía me haces falta.

15 de agosto de 2012

Sonnets to Laura

"El Mito de Sísifo.


Como castigo por engañar a los dioses, en el Inframundo, Sísifo fue obligado a empujar una enorme  piedra cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de alcanzar la cima, la piedra siempre rodaba hacia abajo, y éste tenía que empezar de nuevo su labor; y así por los siglos de los siglos."







Esa borrosa silueta que se convirtió en princesa una tarde en un bar y cayó conmigo, de la mano, en otra absurda trampa de Cupido vuelve hoy a mi mente.

No sé cuánto tiempo ha pasado ya desde que el hierro de nuestro enlace se oxidó, y nuestras cadenas cayeron con un ruido sordo al enfangado suelo de aquella tarde de Febrero. Un otoño frío nos acercó, y al abandonarnos a la farsa y la desazón, a tirar de la cuerda más que el otro, alardeando nuestra superioridad, fue lo que llevó a la distancia desde aquel invierno.

La indiferencia del resto del mundo ante nuestro amor hizo que las cadenas fueran pisoteadas por las bestias de carga, los transeúntes despistados, los niños jugando a la pelota... Las cadenas, nuestro lazo, oxidadas, cayeron en el olvido de todos.

De todos menos de una persona. Ese soy yo. Yo vuelvo todas las noches a desenterrar las cadenas, que me devuelven a tiempos en los que, curiosamente, el resto del mundo iba a mejor; como Sísifo me castigo a mi mismo reviviendo hechos que ya deberían estar guardados en un almacén de aeropuerto, donde se encuentra cualquier cosa inesperada.

¿Estaré condenado a la eternidad?

Desenvaino las cadenas apelmazadas, las limpio, quito las briznas de hierba y seco el fango que las rellena, para ver una vez más su brillo de plata bajo la luz de la luna. Y es que no hay ni una sola noche de verano, ni una turbia mirada en mi espejo en que no piense en ti, Laura, en tener esa sonrisa otra vez a mi lado. Cada noche me desvelo, muero un poquito y revivo pensando en lo que nunca pudo haber sido, en lo que sería si yo hubiera sido un poco más tú, y tú hubieras sido un poco más yo.

Soy error. Me repito periódicamente, y fallo, tropiezo. No sé si vuelvo a levantarme o simplemente me tambaleo como un abstemio que finge haber estado bebiendo. No lo sé. Por ello vuelven mis fantasmas, los míos y los tuyos, y con ellos eternamente espero a que llegue la hora de mi redención.

Esta vez la roca ha llegado ya al fondo de la pradera; y por ello escribo estas líneas. Pero sé que no es el final y ahora comienza una dura escalada hasta la cima del Olimpo. Por ello no quiero vaciar mi tintero, sino rellenarlo, con alguna lágrima entre la tinta azul de mis venas.

Soy para ti el recuerdo de una vez primeriza, una piedra arrojada al vacío, un candado con abrefácil amarrado a los barrotes de un puente de hojarasca sobre un arroyo, ya seco.

3 de julio de 2012

Suspiros de lo que pudo ser y no fue.


Es el plato amargo de la derrota
lo último que este domingo saboreo  
Es el pigmento de mis banderas rotas
Lo único que flota en mi propio firmamento.

Es este violento pentagrama vacío
el único cimiento de mi bandas sonoras.
Es la humedad de un bosque sombrío
lo que hallo cuando duermo en mi alcoba.

Es el cetro del rey destronado
quien parece guiarme en esta mala hora hora
Es el momento menos indicado
para empezar contigo una nueva aurora.

2 de julio de 2012

Por tierras de España

"[...]Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estos campos el bíblico jardín-:
Son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín" 

                                                                                           Antonio Machado



He viajado por estos lugares rara vez. Noto sin embargo un aire puro en mis pulmones cuando mi sombra se acerca a las majestuosas laderas de árboles pobladas del Moncayo. Yacen los robles, los enebros, las hayas poco frecuentes simulando al vigía en sus crestas más escarpadas, y cien aldeas esparcidas por sus lomas rinden pleitesía al Rey del Sistema Ibérico.

Cuentan las leyendas que si lo divisas desde la lejanas pedanías de Zaragoza, allá por el valle del Ebro, el Moncayo se yergue como un Obispo tumbado, solemne, y ajeno a lo que aquellos liliputienses tramaran por sus faldas.

Si alguna acepción poética hubiera acerca de este coloso, sería la de aquel poeta campestre de otros tiempos, tan caro por sus gentes ayer, hoy y siempre: "un Dios que ya no ampara".
De este modo no nos asombra el pandemonio que presenta, sus fábulas de criaturas silvestres que atemorizan a los niños de Calcena, Torrellas, Ágreda o Veruela. Tampoco nos asombra por qué al maestro romántico por excelencia, el ilustre Gustavo Adolfo Bécquer, todavía se le estremecen los huesos en su centenaria tumba cuando oye tañer las campanas de monasterios perdidos en montes olvidados.

He viajado por estos lugares rara vez. No conozco apenas el palmo que dejo atrás en mi camino cuando uno nuevo ocupa plenamente mi pensamiento, borrando todo lo anterior, como si el Duende no me dejara escapar de su magia.
Tras el Coloso dormitan las praderas de Soria, manchadas ahora de amarillo bajo un sol estival que seca el grano, mitad cosechado por anónimos jornaleros en calurosas tardes de junio, mitad erguido todavía sobre su tallo, formando batallones impecables de soldados vegetales, aguardandoo pacientes la hora de su siega.

En Soria vive gente de tradición castellana pura. Se comportan con los forasteros y se apiadan de su absoluta ignorancia acerca de lo que se cuece en las riberas del Duero. Así les convidan a vino, desde el primer momento amamantándoles bajo su brazo, para que el baile de después, al ritmo de mil charangas que hacen temblar los desvalidos muros de Soria, sea más ameno y gozoso.
Luego, de vuelta a casa, todo es alegría y jolgorio, y el sol guía por sus angostas y ventosas calles a los últimos valientes que desafiaron la gélida hora del alba...

15 de junio de 2012

Siesta

No dormimos demasiado aquella tarde. Ella todavía finge que sí lo hizo, como si yo no supiera adivinar que su respiración entrecortada era falsa. Tras un eterno silencio, llegaron los abrazos.
Y ella puso el despertador a las 5 menos 5. Me contó que lo hizo porque a las 5 llegaría el fin del mundo, y ella quería estar con el pelo bien peinado. Yo me quedé saboreando una bonita frase de sus labios que nunca existió
Mientras tanto mi mano paseaba, y desataba cualquier nudo que hiciera que mis dedos no pudieran cabalgar a sus anchas por el infinito desierto de su espalda.

"Y después, para qué más detalles. Ya sabéis: copas, risas excesos... cómo van a caber tantos besos en una canción?"


El Seco desierto desapareció, dando paso a un vendaval, un frenesí, una batalla , un tornado, un huracán. 
El clima tornó hacia un caluroso humedal, abrasante, pero con un toque de limón refrescante al final.
Ahora mis dedos clamaban piedad, ahogados en el puro cenagal de su cuerpo. No les fue concedida.
El frenesí estaba loco, el huracán, increíble.


Ya no recuerdo nada de aquello.
Vuelta a la normalidad, al tráfico, al sinsentido, al estudio incoherente de planetas allí arriba, a los libros, a la paz interior, al propio engañamiento.

Fin

22 de mayo de 2012

El legado de los sabios


A veces huir es una decisión de sabios.

Me encuentro sofocado, mustio, como un átomo aplastado por la muchedumbre de una ciénaga. Abro puertas y ventanas,  y esa sensación carcelaria aumenta al ver los barrotes, firmes, como soldados, cautelando una posible entrada a mi guarida.
Era la hora de huir, sin demora. Partir, ligero de equipaje como los hijos de la mar, hacia donde la noche, fría en este mes de Junio decida llevarme. Una luz de gálibo anuncia mi posición en mi retaguardia, mientras mi cabeza piensa en no pensar en nada.
El radio de mi bicicleta corta el viento limpiamente. Hoy, recuerdo mariposas. Conduzco suavemente, armonizando mis movimientos al vaivén de las aceras, al sinvivir de la ciudad, al tiempo infinito. Aunque mi cabeza anda por otros mundos. Intento disfrazarme, pero el viento me quita una y otra vez mi antifaz, como presagio de que esa treta no me salvará de nuevo.
Ahora admiro las grandes construcciones, iluminadas desafiantemente al poder oscuro de la noche, mientras navego a lomos del increíble cocodrilo, que me ayuda a llegar a la otra orilla del Ebro. En ese momento, un cuchillo intangible, frío, devasta mis pómulos, y una lágrima involuntaria los sana al instante. La vuelta a la ciudad me baja de nuevo al piso del suelo uniforme. Atisbo rostros difuminados, no hay tantos como para abarrotar las calles, pero sí son suficientes para que merezcan atención. Son aquellos gatos arrabaleros, los que de día no encuentran el amparo de la Iglesia, y aprovechan la libertad oscura para disfrutar de sus vidas, ajenas a los búhos diurnos de los balcones. También hay trasnochados galanes y damiselas de corsé, que con paso decidido avanzan, tal vez huyendo de los tiburones de la noche, trajeados y asfixiados con sus corbatines al cuello.

Sigo estudiando el duende de mi ser, e, involuntariamente, mis pasos me llevan a tres portales. Con nudillos invisibles golpeo cada uno de ellos, llamando un ruido sordo, que ningún alma tras las puertas vacías oye.
Busco un rostro en los maniquíes, autobuses, o en las placas de neón que anuncian cualquier cosmético engañabobos antiarrugas. Pero nadie me dice quién fui yo.
Al final, mi estilo no es otro que la síntesis de aquello que he leído. Por ello, subo más de lo necesario, para al final, tras un gesto altruista, gratuito y reconfortador que me devuelva la sonrisa, disfruto de la cuesta abajo sin frenos que me lleva de nuevo a casa, libre de corazón y memoria.

28 de abril de 2012

A mi redentor

No llevo mucho tiempo aquí, así que puedo considerarme un novato en esta función.
Mi ignorancia y mi torpeza, que me lleva acompañando desde tiempos remotos (y si no, pregúntenle a mis amigos), me hacen pensar si mi alter ego de otra época era un afortunado o al contrario, un desgraciado, para poder dilucidar si mi futuro será gris, negro, o blanco y puro, cono las calvas de las altas cumbres.

Imagino que ese ser, ya sea hombre o mujer, cuida de mi desde alguna otra dimension. Llamadle Dios, llamadle ángel de la guarda, o pastor de mi rebaño. Pero tengo la seria sospecha de que ese alguien ha tenido (como servidor) muy malas experiencias con ese invento del diablo que es la electricidad. He estado a punto de pagarle a Caronte mi viaje antes de hora, pero este tío se empeña en retrasar mi Odisea (cosa que le agradezco y le agradeceré toda mi vida).

Nunca me he quejado de la mala suerte que en abundantes ocasiones me acompaña, pues, cuando realmene la necesito,la buena suerte acude a mí, resurgiendo de las grises cenizas como el fénix infinito.


Debe ser que hay alguien empeñado en mi desdicha, pero los jueces del otro Reino aún no me condendan... Y que así siga...

17 de abril de 2012

La Casa de Asterión

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo:Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?


El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.


                                                                                      Jorge Luis Borges

18 de marzo de 2012

El Derecho al Delirio

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y 1976 las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de señar? ¿Qué tal si deliramos por un ratito?
Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serás aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de la estupidez, que cometen quienes viven por tener que ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega; en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar; si no los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los politicos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer una virtus, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero; nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, si no contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos; la educación no será el privilegio de quienes pueden pagarla; la policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda; una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú; en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria; la Santa MAdre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro mandamieto que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte"; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados; porque ellos son los que desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar; seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

Eduardo Galeano.

6 de marzo de 2012

El Malabarista Errante

Lisandro Leiva, vaivén de una vida desapercibida para los ojos del tendido.  Caminaba siempre cabizbajo y arrastrando sus  malgastadas botas, como si unas cadenas vulcanianas le aferraran al asfalto de las calzadas.  A pesar de sus reconocidos premios literarios, nunca ha gozado de una remunerada fama social, quizá por su enmascarado anonimato tras el seudónimo “El malabarista errante”.  Gastaba en libros su no muy abultado sueldo, libros que después quemaba en el living, en un particular aquelarre,  que justificaba debido a la locura exótica y placentera, pero descabelladamente irreal  e imaginaria a la cual le llevaba la lectura.
La lúgubre habitación en la que dormía parecía un antro decimonónico, donde acudían los poetas a deliberar acerca del transcurso de su efímera, desdichada vida, en la que todos pretendían ser dueños de su mismo sino, aunque a sabiendas no lo eran, ni mucho menos, sino sucesores de su tradición literaria de siglos anteriores.
Siglos. Siglos, años, horas, eran suficiente amenaza para un Leiva desolado. Leía sus poemas y los hacía ser el alimento de su vida, mas sólo durante un día, pues, pese a que los memorizaba, los destrozaba y los hacía sucumbir bajo el poderío de la llama en el hogar, o los narraba directamente sobre los suyos en el patio de la Iglesia, donde él y sus amigos desgastaban largas horas en las que nada ocurría, más que un soplo de viento fortuito, o una mirada desprevenida desde la acera de enfrente, que se convertía en una esperanza irreal para su ser, pero de la que nunca rechaza, puesto que él la ama.
Lisandro Leiva nunca ha sabido perder. Sitúa sus planes cual si de una vida ficticia se tratare; pero Leiva sabe que no es así.
Supo que, tarde o temprano debería aceptar la verdad, la cruda realidad que le llevó a seguir actuando sobre el guion establecido. Pero Leiva nunca supo cuál era realmente el papel de su guion en la vida.
Trató de amar a una mujer. Con ella convivió durante al menos tres años, y con la cual  disfrutó hasta el punto de perder la razón por ella, pero su inocencia le castigó hasta tal punto, en que fue traicionado, y tras una larga meditación, nunca más volvió a apreciar su sedosa melena, pese a que, dentro de un tiempo añoraría sus besos, sus abrazos, sus sonrisas…
Cada amago de deseo le llevaba  a pensar en ella.
Seguramente Leiva hizo mal en sus affaires, como siempre solía hacer. Nunca algo de este tipo le resultó positivo tras la muerte de Mariela.
“Me has fallado” – Interioriza Leiva, aun a sabiendas de que él ha sido el primero en dar esa especie de puñalada, ese paso adelante  en una batalla llena de respeto, de contraste, de amor.
Leiva era consciente de sus errores, pero también era capaz de esclarecer que él no era el único culpable, que debía afrontar la realidad, con aliados o sin ellos. Parecía que, por el momento, sus compañeros de viaje no podían (o no querían) comprender la situación que atravesaba, mientras se arrastraba por los círculos nocturnos, cuyos fines eran noches de prostíbulo y benjamín, en los que el joven poeta andaba perdido.
No obstante, no sería sincero afirmar que la dicha de Leiva le era negativa.
Por naturaleza, él había sido un  trovador mujeriego, un depredador, como en el nuevo mundo se llamaba a esa clase de persona. Sin embargo, Leiva perdía su razón por aquella melena de cabellos oscuros, y sabía que ella los perdía por los suyos…
Pero un exceso de prudencia, una soberbia exacerbada había llevado a tan prometedora pareja a una rutina comparable a la ruta ferril del tren que cada día llegaba a la nada, trayendo gente de ningún lado, llevándolas a ninguna parte. Para añadir más intriga a esta historia, se debe remarcar que Leiva no era muy promiscuo a aceptar sus derrotas, más bien las escondía en su ya desgastado traje. “Una herida más”, se decía cada noche con su Chivas con hielo a esas horas en las que todo se complica, o todo es más fácil, según el punto de mira.
Tantea ahora las balas del calibre 16 sobre su escritorio. Tres. Doradas, pulidas, perfectas.  Nunca supo bien interpretar el papel del oficio del suicida, aunque sabía que sólo tendría una oportunidad. El revólver parece sonreírle, cómplice de los dedos miserables que le habían arrastrado a su desdicha. Leiva estaba sumergido en un torbellino de desgracias, y cada cual parecía ser peor aún, si cabe, que la anterior. Por ello decidió, aquel primero de Noviembre, tomar la única salida, el único sendero que le sacara de tan desagradable situación.
Leiva compuso canciones en su juventud, mas nunca llegaron a oídos de aquellos que hacen que valga la pena escucharlas. Otra farsa más de este gran teatro, el mundo.
Pese a su oscurantismo, el ciclo de vida de Leiva comenzaba cada día con una sonrisa que eclipsaba cualquier atisbo de negatividad, de malas vibraciones. Aunque cada noche volvían sus particulares fantasmas. Solamente cruzarse con su perfume en la acera o ver un automóvil del mismo color que sus profundos ojos de rayo de luna. Era en esos momentos cuando Leiva enloquecía, y su demonio interno estallaba en silencio, muriendo lentamente y deseando no existir. Volvía a casa, descansaba breves horas de mala manera, y amanecía tarde, con una renovada, no del todo fingida expresión de alegría.
Mariela murió inesperadamente mientras Leiva agonizaba en el sofá, en una de sus interminables jaquecas diarias. Él bien sabía cómo y por qué murió, y decidió superar el incidente en silencio.
Nada más se supo de Leiva en el barrio. Unos decían que seguía viviendo en la buhardilla que compartía con Mariela, otros que emigró a tierras lejanas en busca de una vida mejor, otros que simplemente desapareció con ella.
Leiva seguía, efectivamente, viviendo en La Buhardilla, mas ahora era un lugar inhóspito, carente del cuidado que Mariela profesaba hacia su hogar.
Sería erróneo afirmar que Leiva perdió las ganas de vivir con la ausencia de Mariela. No. Él la amaba, o eso al menos creía, puesto que el desdichado poeta no sabía interpretar sus sentimientos, ni asemejar lo que sentía al concepto general de “amor”.
Una gota de sudor frío, mortal, recorrió la frente de Leiva hasta precipitarse al vacío, sumergiéndose en el metal del gatillo del revólver. Leiva iba a esperar tan sólo unos minutos más.
Debe ser difícil cuando tu camino se ha torcido ya tantas veces que vuelve otra vez a ser el mismo, y no ser ni siquiera capaz de reconocer de dónde vienes, hacia dónde te diriges, o simplemente dónde piensas descansar.
Ya ni siquiera le servía la morfina de las frases que retenía en su memoria, como aquella de los trovadores americanos, “Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro”. Leiva no consiguió interpretar su profecía personal.
Ya sin nada ni nadie a quién esperar a la hora del café, sin la esperanza de que alguien siquiera acuda a molestarlo, de este mundo salvaje decidió Leiva despedirse sin mirar las saetas del tiempo.
A la mañana siguiente, una noticia que nadie leyó apareció en la sección de crónicas de sucesos en el diario local: Un desconocido hombre, desaliñado e indocumentado, fue víctima de un disparo mortal, que le atravesó la sien. Junto al cadáver se encontró el objeto mortífero, un revólver, y tres casquillos del calibre 16. Una bombilla rota revelaba el primer objetivo del revólver: Leiva había decidido dejar este mundo en la más primaria oscuridad, tal y como a este lugar llegó, ahora para no volver. El segundo objetivo del revólver fue preámbulo del disparo que terminó con la vida de Leiva: unos cristales en el suelo, y el mecanismo de un reloj de bolsillo destrozado, impacto de otra bala.
Leiva destrozó su reloj y su bombilla para que nadie supiera nunca en qué momento exacto de su locura decidió abandonar, de una vez por todas, su ahora remota desdicha.

26 de febrero de 2012

Hoy dijo el periódico que han hallado muerto al niño que yo fui

      RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. 
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


                                                                                       Antonio Machado, 1906

22 de febrero de 2012

Quién fuera

Por todas ellas un verso he escrito
Por cada historia una lágrima he derramado.
Vierto mis segundos en rincones malditos
y me lamento por todos los besos que no he dado,
por los te quieros que he callado.

Traigo conmigo todo lo que no he encontrado
vagando en la caverna de mi alma sobrevivo
buscando la antorcha en el hueco olvidado
para liberarme de esta prisión que me tiene cautivo
tu mirada, mi primer motivo.

Y me mareo por las barras de los jueves
donde muchas noches pierdo las maneras
y me digo "a ver si hoy te atreves"
a dejar lo que no quieras que fueras
pero, que aunque no quieras,
eres.

10 de febrero de 2012

La mala suerte

Sientes que hay días en que es mejor no levantarse de la cama. El frío revuelve tu melena mientras tú intentas ignorar la cantidad de hechos importantes que acaecen dicho día.
Fallas a la hora de dormir, alteras tu biorritmo y dejas pasar las horas, como aquel vagabundo que ignora el horario de los andenes, dejando pasar largas colas, y muchos trenes.
Adquiere todo desde entonces una locución de malos acontecimientos, pues ellos nunca han de venir solos.
Acudes a tu examen, crees que lo llevas mal, y lo llevas mal, pues has trabajado menos de lo que deberías, y lo sabes.
Aún así pruebas suerte, la suerte del necio que hace creer que eres superior a los demás.
Pero hoy no.
Orgulloso de tí entregas los folios tal y como te los han entregado, sin un borrón de tinta que ensucie la perfección de la impresora.
Con todo sigues justificándote con argumentos infames, que no son propios de tu persona, o de al menos, de aquella persona que algún día desearías llegar a ser.

Te has estancado en un fango peligroso, donde no hay punto de retorno, y las diversas opciones de continuar te abruman, sin dejarte decidir por fin cuál será tu única, la verdadera salida.

No sabes quién eres, ni qué pretendes; sabes que tienes potencial para hacer lo que deseas, pero algo no funciona bien. Quizá este mandil te venga un poco grande, aunque esa es la excusa fácil.
Luchar por lo que uno quiere suena heróico, épico. Pero quizá esa lucha haya sido abandonada hace tiempo, o al menos, restada la importancia que tenía al principio.

Una nueva brújula tu vida necesita, eso es evidente. Es posible que hayas dejado pasar buenas ofertas en esta compra, aunque quizá no se hayan agotado del todo...
Debes aprovechar más estos momentos.

Pero tus territorios están sembrados de dudas.
¿Se resolverán algún día?
Si existe un Dios, quizá conozca la respuesta

30 de enero de 2012

No se mañana, se de hoy

Escuchar otra vez esa maldita canción
sería volver de nuevo al fallo positivo.
Dejar de acostarme al lado izquierdo
y de susurrar versos a la luna.

Cada vez que algo nuevo asoma el umbral
de la cordura de mi mente
se asemeja a algo ya escrito ya dicho
ya pensado por otros previamente

El diluvio amenaza con no llegar al cauce
del río que moribundo asoma
sus orillas vegetales para ver que hay más allá
de su eterno discurrir.

No queda agua en estos lares
vacíos, agotados, huecos
de un genio que los despierte

20 de enero de 2012

Mis temores

Él no teme a la soledad. Camina por las aceras, las cree suyas, y se detiene a saludar a cualquiera que se tercie. No es enemigo de nadie y amigo de mucha gente, aunque mira con recelo las caras de aquellos que sabe serían capaz de apuñalarle la espalda a la vuelta de la esquina.

No teme al frío, es más, lo aprecia como ente renegado y objeto de odio, y se abriga en su gélido abrazo. Él es capaz de detener los segundos, saboreándolos antes de que se derritan y se olviden para siempre en las memorias de los viajeros.

No tiene un domicilio fijo, aunque le cuesta hacer de su noctámbulo hábitat un acogedor hogar. Pero nunca olvida de dónde vino, ni olvida a los suyos.

Él ama muchas cosas, pero sobre todo ama la música. Le gusta notar el mástil de una guitarra deslizándose entre sus dedos, y sentirse en armonía con las notas que crea. En especial, le gusta sentir la melodía dentro de sí, a altas horas de la madrugada, con el silencio puro de la noche helada, alentado bajo el triste halo de una farola.

Él también ha amado y ama a muchas mujeres. Le gusta saber de ellas, estudiar sus inquietudes, y ayudarlas en sus dificultades. Cada canción le recuerda a una de sus amigas, y cada canción es especial. Como ven, todo lo que él ama está en relación. Él siente que su corazón es alegre e irradia alegría, y eso supone una gran cantidad de amor que regalar. Pero él no es egoísta y prefiere compartirlo mejor que guardárselo todo para sí.
Tampoco es especialmente bueno en nada, pero procura saber un poco de todo. Quizá le juzguen por "el que mucho abarca poco aprieta", pero a él nunca le importó lo que otras lenguas pudieran escupir acerca de él.

Intenta alegrar el día a aquellos que amanecen con caras largas. No suele pedir nada a cambio de lo que da, y eso produce en él, de vez en cuando, una sensación de abatimiento, como un ave herida de un flechazo.

Él no ha encontrado todavía su camino, ni está preocupado por ello en demasía. Quizá sea un ingenuo, o un irresponsable, pero le gusta caminar por el sendero que le está guiando hasta el momento. ¿Qué a dónde le llevará? Sólo los sabios de las montañas conocen la respuesta a su destino.

Nunca trata de obrar mal, y si alguna vez se equivoca, es porque se ha dejado llevar por las ninfas del deseo, la alegría, el placer o la avaricia, aunque él sabe arrepentirse y nunca esconde la palabra del perdón.

La verdad es su emblema y ha aprendido a usarla como su mejor arma, afilada frente a las mentiras de los demás.

No trata más que disfrutar de estas vacaciones que la muerte le ha concedido, hacer amigos y descubrir enemigos, debido a su devoción hacia el ser humano. Confía en las personas hasta que no le demuestren lo contrario, lo que le ha llevado muchas veces a sufrir un revés.

Él vive feliz, y lleva su ritmo. Está acompasado con el vaivén de las mareas y el susurro de los bosques.
Él no os olvida, nunca lo hará.