7 de marzo de 2013

Niebla

Ha llovido. La humedad crece desde el césped
y sube como la serpiente de un faquir hasta que se
tapa con el manto de niebla que lo cubre
todo.

Es la situación perfecta que describe ahora cómo
me siento. Me gusta estar protegido entre la
niebla. Nadie me ve. Yo sí les veo a ellos.
Mis ojos no ven más allá de donde les he
ordenado; no les dejo ver el futuro. Me quedo con
lo que me cuentan de hoy, de este momento, de
esta manecilla congelada en el segundero del
reloj. ¿O quizá todo esto sea mentira? ¿Y si
esta niebla no existe y es quizá que soy
invisible a los ojos de la gente? O peor aún ¿Y
si de verdad soy visible y sólo se limitan a
ignorarme? Malditos perros callejeros.
Aún así, disfruto como pez en el agua,
nadando entre la niebla.

Pero el todopoderoso Helios asoma en un rompimiento de
gloria, aparece entre las nubes, majestuoso, recordándome
que la vida son ciclos, círculos que se repiten, a merced
del capricho de Saturno, el Dios del tiempo, que de
tan cruel no indultó ni siquiera a sus propios hijos.

¿Por qué has venido, Oh, Sol, a recordarme con tu
hiriente rayo quemador, que sigo aquí, que estoy
vivo, que esta niebla no es eterna, y que por tanto
no podré estar por siempre escondido?

¡Responde, Miserable! ¿A caso tienes un don que entregarme,
un papel en este esperpento reservado para mi?

Sólo mi reloj conoce la respuesta...