3 de julio de 2012

Suspiros de lo que pudo ser y no fue.


Es el plato amargo de la derrota
lo último que este domingo saboreo  
Es el pigmento de mis banderas rotas
Lo único que flota en mi propio firmamento.

Es este violento pentagrama vacío
el único cimiento de mi bandas sonoras.
Es la humedad de un bosque sombrío
lo que hallo cuando duermo en mi alcoba.

Es el cetro del rey destronado
quien parece guiarme en esta mala hora hora
Es el momento menos indicado
para empezar contigo una nueva aurora.

2 de julio de 2012

Por tierras de España

"[...]Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estos campos el bíblico jardín-:
Son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín" 

                                                                                           Antonio Machado



He viajado por estos lugares rara vez. Noto sin embargo un aire puro en mis pulmones cuando mi sombra se acerca a las majestuosas laderas de árboles pobladas del Moncayo. Yacen los robles, los enebros, las hayas poco frecuentes simulando al vigía en sus crestas más escarpadas, y cien aldeas esparcidas por sus lomas rinden pleitesía al Rey del Sistema Ibérico.

Cuentan las leyendas que si lo divisas desde la lejanas pedanías de Zaragoza, allá por el valle del Ebro, el Moncayo se yergue como un Obispo tumbado, solemne, y ajeno a lo que aquellos liliputienses tramaran por sus faldas.

Si alguna acepción poética hubiera acerca de este coloso, sería la de aquel poeta campestre de otros tiempos, tan caro por sus gentes ayer, hoy y siempre: "un Dios que ya no ampara".
De este modo no nos asombra el pandemonio que presenta, sus fábulas de criaturas silvestres que atemorizan a los niños de Calcena, Torrellas, Ágreda o Veruela. Tampoco nos asombra por qué al maestro romántico por excelencia, el ilustre Gustavo Adolfo Bécquer, todavía se le estremecen los huesos en su centenaria tumba cuando oye tañer las campanas de monasterios perdidos en montes olvidados.

He viajado por estos lugares rara vez. No conozco apenas el palmo que dejo atrás en mi camino cuando uno nuevo ocupa plenamente mi pensamiento, borrando todo lo anterior, como si el Duende no me dejara escapar de su magia.
Tras el Coloso dormitan las praderas de Soria, manchadas ahora de amarillo bajo un sol estival que seca el grano, mitad cosechado por anónimos jornaleros en calurosas tardes de junio, mitad erguido todavía sobre su tallo, formando batallones impecables de soldados vegetales, aguardandoo pacientes la hora de su siega.

En Soria vive gente de tradición castellana pura. Se comportan con los forasteros y se apiadan de su absoluta ignorancia acerca de lo que se cuece en las riberas del Duero. Así les convidan a vino, desde el primer momento amamantándoles bajo su brazo, para que el baile de después, al ritmo de mil charangas que hacen temblar los desvalidos muros de Soria, sea más ameno y gozoso.
Luego, de vuelta a casa, todo es alegría y jolgorio, y el sol guía por sus angostas y ventosas calles a los últimos valientes que desafiaron la gélida hora del alba...