La peor manera de empezar un escrito es preguntarse cómo hacerlo. Es una sensación que te invade, y se adueña de tu cuerpo, tratando de plasmar con palabras todo aquello que hay en tu interior.
Aunque quizá necesitemos otro código; las palabras no son fiables, con su sinfín de dobles sentidos y malas interpretaciones.
Lo que trato de expresar hoy es que no se si estamos actuando bien. La función comenzó hace ya tiempo, eso de sobra lo sabemos todos. Ya nos dejamos los nervios en el camerino, y una gota de sudor causada por los potentes focos del espejo.
Todos llevamos máscara, continuamente ocultos bajo una fachada de cartón pluma.
Quizá sea una sobreactuación...
Ya llevamos 18 años sobre el escenario, a duras penas lo estamos sacando adelante.
Y me repito, no se si lo estaremos haciendo bien, no hay más que ver las caras largas de los marqueses en el palco, y las de los acomodadores, nerviosos, mirando su reloj, impacientes por llegar a casa, donde seguro les aguarda un candente plato de sopa.
Yo no se lo que a mí me aguarda. Supongo que lo que a todos: tras la caída del telón, sonarán campanas en la iglesia, una pequeña esquela en la sección de necrológicas del periódico local, para no ver en el réquiem solamente al párroco, acompañado de dos viudas de luto, y los cuervos en el camposanto aguardando vivazmente la hora de su banquete.
No pido mucho para mí el día que llegue mi hora; sólo quiero que recuerden que más o menos, me voy con la sensación de haber hecho las cosas bien, y que sobre todo, sepan que he hecho todo lo posible por ser feliz.
Y a Darío le encomiendo un último favor: que de vez en cuando decore mi nuevo hogar con siete crisantemos.
Eso, y una valoración positiva a la función teatral que es mi vida en la sección de críticas del diario.
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